sábado, 17 de noviembre de 2007

"Anuari" Capitulo III ( XII al XIX)



Por la noche, penetro en mi alcoba como
en un templo, tan fervorosamente, que mis
rodillas se doblan. Porque alli esta tu retrato,
mirandome con esa bondad ilimitada del perdon.
Beso el cristal helado, en el sitio que transparenta
tu boca, y me regocijo en iluminar
tus ojos con el reflejo de los mios, brillantes
de emocion.
juntos mis manos sobre tu frente, y en tra-
gica conmocion del alma, imploro tu compa-
ñia, el calor de tu protecci6n cerca de mi lecho
; y en fervoroso anhelo ruego al misterio
para que tienda sobre el sudario del silencio.
Hablo con tu retrato, criatura mia, derramando
sobre el cosas pueriles y profundas,
como si fueran flores; Iloro, rio y sintiendote
en mis brazos, te canto como si hubieras nacido
de mi.
Y naces de mi; y para mi y en mi vives,
porque para todos los demas estas muerto.
Te extraje de la sangre mas noble de mi
corazon y te uni a mi destino para siempre.


Hallo cierto alivio en la monotona repeticion
de mis pesares, como la halla el loco en
sus palabras incoherentes, en sus exaltaciones
plasticas.
Te amo, Anuari ....
La tibieza de tu cuerpo ha quedado como
un veneno insomne en mis miembros. Todos
ellos se retuercen en convulsiones espasmodicas
de delirio; claman por Ia caricia aguda de
tu cuerpo, de tu carne joven, perfumada de
primavera.
Mi boca esta sedienta de lujuria. Si, Anuari.
En contorsiones de poseida, escapanse de mi
los aullidos desgarradores de mi carne y de
mi corazon heridos; en los espasmos de placer
y de perla, surge, entre los suspiros, tu
nombre.
¡Ah! He quedado Avida de ti; ansiosa de
besos tuyos.
Y ante la atraccion de tu espiritu radiante.
quede ciega como si mirase al sol.
Mis labios, avidos, aguardan entreabiertos,
el nectar de tu amor.
Y el tiempo pasa, y su balsamo de nieve no
cicatriza mis llagas de fuego.

El dia lucia todas las deslumbradoras galas
de la Primavera ....
Un olimpico rayo de luz vestia las flores
con tunicas de diamante.
Ante tan ironico esplendor mi corazon sintiò
con mas fuerza tu soledad augusta, y despreciando
la fastuosidad, fue a ofrecerse a ti,
para que te protegieran los suaves velos de su
melancolia.
Llegue a tu nicho, a tu estrecha caverna
miserable, y tuve el deseo de volverme terciopelo
para arroparte, envolverte en mi, para
darte una impresion de amor; para que no te
dieras cuenta, criatura mia, que todos te tomaban
como a un objeto inservible.
No concibo el calor que anima mi vida,
estando tan rigido y solo en el cementerio. Son
explosiones del mal todas las felicidades que
brotan fuera de esa orbita dolorosa.
Anuari mio; todo mi cuerpo se insensibiliza
al solo recuerdo de tu ausencia eterna.


Estoy enferma. Mi mano, ardiente, resbala
en triste desmayo sobre los libros donde me
refugio, para aturdirme y olvidar.
No trato de abrirlos, es inutil: los adivino.
¿Que pueden decirme que sustraiga mi pensamiento
de tu recuerdo?. Solo lograrian dejar
una negra mancha de tinta en mis pupilas luminosas
de tu imagen. Mi dolor se hace agonico;
mi tristeza se despedaza como las tunicas
de los martires desgarradas por las fieras del
circo.
Me pesan las sienes como si las oprimieran
los dedos de un coloso, y como losas funerarias
caen mis parpados.
¡Anuari, Anuari!
Las penas hacen pesada mi sangre, como
si circulara por mis venas lava fria.
Estoy enferma. A mi alrededor canta la vida,
impiadosa, cruel, en su inconsciencia de
diosa eternamente joven y alegre.
Ese desordenado bullicio me hace pensar
en la profanacion de cadiveres por un saltimbanqui
ebrio.
La vibracion del dolor ha destruido la orquestacion
divina, que, en lirica union con
todas mis cuerdas intimas, amenizaba las fiestas
de mi alma.
Estoy tan triste, como una. paloma a quien
sorprende la tormenta, sola y fuera del nido.


Anuari.. . .
Te llevè hoy un ramo de inmaculadas peonias.
Al depositarlas sobre tu ataud, me parecio
que el cielo habia llovido estrellas sobre
el, y entonces se apodero de mi un delirio de
belleza.
Quise unir mis labios a los blancos petalos,
y el cielo de mi alma llovio besos, infinitos
besos de anior sobre tu cuerpo insoñado.
La dulzura de la tumba penetra en mi cerebro,
como un baño de rosas, refrescandolo de
sus ansias pasionales.
Purificada esta mi carne por el alba castidad
de las cenizas de todos los antepasados
que a tu lado reposan.
Anuari; criatura mia.
Si mi tristeza fuese siempre tan suave como
para traducirla en besos y flores. bendeciria al
dolor con el fervor de una iluminada; lo buscaria
como el mas nutritivo alimento espiritual
.
Anuari: el dolor de haberte perdido es el
unico lazo humano que nos une para siempre.
Yo te amo, y lo digo en las flores que esparzo
sobre ti, y en mis llantos, que son vigorosos
como los reflujos del mar.
De la vida a tu tumba, de tu tumba a la
vida, ese es mi destino.


Anuari, mio.
Toda la felicidad de mis dias estaba en tu
atatid, donde yo iba a recostar mi cabeza y
desparramar mis flores.
En mi inmensa soledad, era esa una dulce
ocupacion.
Criatura, te sentia, y en mi locura de cariño,
crei que nadie mas que yo tenia derecho a
tu cadaver.
Fue como un golpe de hierro en la cabeza,
cuando a1 penetrar en la fosa vi que no estabas
en el lecho familiar.
Y cuando buscandote como una leona busca
su guarida, te encontre en un estrecho nicho,
fue mi dolor tan horrible, como si te hubieras
muerto por segunda vez.
el martirio de tus miembros estrechados, en
esa angosta carcel de piedra!
Alli no podre llevarte mis flores; no podre
comunicarte la sensacion de primavera, refrescando
tu cofre con petalos, besos y lagrimas.
¡Que frio tuve! y como senti en mi cuerpo
el martirio de tus miernbros estrechados, en
esa angosta cdrcel de piedra!
Alli no podre llevarte mis flores; no podre
comunicarte la sensacion de primavera, refrescando
tu cofre con petalos, besos y lagrimas


Anuari; dulce criatura mia, que soplas la
negra vela de mi vivir hacia el paraiso de los
sueños.
Grave criatura del gesto eterno, que me señalas,
en augusto ademan, la ruta luminosa
del Infinito.
El que hayan quitado tu feretro del alcance
de mis labios, me produce la misma terrible
desesperacion que maltrata el corazon de una
madre, a quien le arrancan la cuna donde
murio su hijo.
Anuari, mio.
Volvi del cementerio ahogada en mis sollo-
zos; mis lagrimas corrian empapandome el pecho
como cuentas de un collar sin fin.
Aqui sobre mi cama, donde escribo estan
acompañandome seis de tus retratos; a cada
uno de ellos les hablo, como si pudieran
oirme.
Un humilde Cristo de acero me acompaña,
y yo pongo como testigo de mi pena a ese
sublime hombre.
El murio por redirnir al mundo; y yo estoy
agonizando por un amor inalcanzable.
Somos hermanos, estamos unidos en las
unicas nobles causas de la vida; ahora nos
estrechamos, en intimo abrazo, haciendonos solidarios
de la unica verdad: la muerte.
Cristo
y yo nos confundimos en lo imposible.
Siento en mis manos todo el peso de mi
cabeza, como si la vida de todos loss seres humanos
se hubiera reconcentrado en ella.
Parece un mundo sostenido por dos bloques
de marmol; parece un astro en interna catas-
trofe.
Ya no Ilevaran mis manos petalos sobre tu
cuerpo, y las lagrimas, que eran rocio, inundaran
como cataratas turbulentas, destruyendo
las tristes, pero nobles ruinas que eran los
castillos de mi alma.



Desperte sobresaltada. El reloj diò las dos,
y esas dos campanadas severas, cayeron en
mi cerebro como el anuncio del juicio final.
Me levante del lecho como se levanta un
muerto de la tumba, empujada por una fuerza
superior. Turbada de misterio, sin saber que
era de mi y donde estaba, quise huir, y en mi
ansiedad loca tropece en las oscuridad con
un cuerpo que al caer dio un golpe seco.
Con las manos tendidas como los tentaculos
de una larva, buscaba, en medio de las
sombras, algo que me indicara un rumbo; y
mis ojos, desmesuradamente abiertos, querian
agujerear la noche.
Mis pies no se movian, fijos estaban en el
suelo, como dos pilares de bronce; una lluvia
helada empapaba mi frente, goteando sobre
mis senos liquido mortal.
Despavorida, temblorosa, no encontrando
salida al laberinto de mi alma , quise sucumbir.
En ese momento hirio mi recuerdo una belleza
de mi infancia, y, como entonces, cai de rodi-
llas. Florecio en mis labios una plegaria; una
honda plegaria; a mi Dios Anuari.
Con los parpados cerrados, los brazos en
alto, en mistica uncion, mi alma imploro al
cielo para que le diera el ansiado reposo.
Pasaron muchas horas, tantas que los vivos
tonos de la aurora envolvian de rosa a mi
balcon. Esa luz de la vida me hizo considerar
la realidad de los acontecimientos, y entonces
solo me di cuenta que habia pasado la noche
toda en delirante extasis ante tu retrato.
Con una sonrisa, de esas que por lo placidas
parecen inspiradas en las estrellas, me
volvi a mi lecho, llevando entre mis brazos la
adorada reliquia.
Dormi, y me senti dichosa. Soñè que estaba
muerta y que era como tù, una sombra ideal
y buena.
Anuari. Eres feliz, porque regalas a una alma
las dos sensaciones de mas intensa belleza:
el dolor y la muerte.

Anuari, Anuari. Si poseyera yo una guadaña
como aquella que tiene la muerte, me
serviria de ella para decapitar todas las flores
del mundo, y depositarlas como un humilde
homenaje sobre la losa que te esconde.





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